Un grupo de chicos que pasaron por residencias y centros socioeducativos bajo protección del Estado, viven desde hace un año en “La Casa Achával”, un espacio dispuesto para hacer el tránsito a la vida independiente.
No son hermanos, pero viven como si lo fueran. Tienen entre 16 y 21 años, todos van a la escuela y trabajan, cada uno ocupa una habitación decorada a su gusto, se dividen las tareas y comparten responsabilidades. “Es como una familia, posta”, dice Alexis, uno de los seis chicos que habitan la “Casa para la autonomía personal”, un espacio destinado a adolescentes sin cuidados parentales que están próximos a egresar de los dispositivos de cuidado institucional del Estado, una casa para hacer el tránsito a la vida independiente.
Este viernes hubo fiesta en la vivienda, ubicada en barrio Alberdi. Es que el dispositivo impulsado por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos cumplió un año trabajando para que los adolescentes, la mayoría con historias de vida plagadas de obstáculos, adquieran herramientas para forjar proyectos de vida.
Por eso Enzo, Juan Pablo, David, Axel, Guillermo y Alexis, sus flamantes moradores, abrieron las puertas para recibir a referentes sociales y autoridades del gobierno.
“La casa está preciosa. Mi habitación, obvio, quedó hecha una flor con la decoración”, dice Guillermo. Fue el que se animó a hablar ante un living repleto de personas. “Acá me siento libre de verdad. Ojalá haya más casas como esta”, dijo.
A sus 16 años, Guillermo tiene una fama que lo precede: se escapó de todos los centros residenciales por los que pasó. De todos, menos de “La Casa Achával”, como le dicen. “Es que no me sentía acogido, ni cómodo, ni seguro. Acá, por primera vez en mi vida, tengo una habitación, me puedo relacionar libremente con mis compañeros”, agrega.
El espacio comunitario estatal depende de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia (SeNAF), que provee comida, alojamiento, servicios e internet además de un equipo de seis personas para acompañar y trabajar interdisciplinariamente con los jóvenes. El responsable es el cura Sergio Mancini, titular de la parroquia San Cayetano, de barrio Altamira.
El viernes, antes de brindar con gaseosa y cortar la torta, en el living el cura Mario Oberlin cantó y tocó la guitarra y David, de 21 años, hizo lagrimear a todos con un rap.
En la celebración estuvieron presentes Luis Angulo, ministro de Justicia y de DDHH; José Piñero y Antonio Franco, titular y subtitular de SeNAF. Piñero destacó que se trata de un dispositivo que está basado “en la confianza que le tenemos a los chicos”. Valoró el trabajo abnegado del equipo y adelantó que pronto el ministerio abrirá otra casa, para mujeres.
Un cielo libre de rejas
Hace un año, cuando abrió, la casa tenía cuatro habitantes. Tres de ellos habían pasado por residencias de Córdoba capital, y uno llegaba desde Río Cuarto. Con el correr de los meses el grupo se fue integrando con otros dos compañeros.
Dos de los integrantes de la casa pasaron por el Programa Primer Paso y quedaron efectivos en sus trabajos. Guillermo, el más chico, se ocupa limpiando la parroquia y algunas casas de familia, está terminando la secundaria y hace teatro. En el grupo también hay músicos, por eso la casa está llena de instrumentos. “Por las noches jugamos a las cartas o guitarreamos”, cuenta Alexis.
Alexis había pasado un año y medio en el Complejo Esperanza y no podía regresar con su familia. Llegó a la “Casa Achával” una mañana de noviembre. El recuerdo más vívido de ese día es una sensación rara en el estómago: se sentía un extraño, no conocía a sus compañeros. “Al ratito ya me sentía como viviendo con hermanos”, dice ahora. “Por la noche, apenas salí al patio, vi que no había más rejas. Estaba libre, podía ver la luna, me impresionó un montón ver eso después de tanto tiempo”, recuerda.
Alexis tiene 17 años y es el madrugador del grupo. “A las seis ya estoy desayunando”, cuenta. Después va a trabajar a una distribuidora en Mercado Norte y vuelve cuando el almuerzo está listo. “Comemos todos juntos como una familia común y normal”, sostiene. Si hay tiempo, dice, hace “una siestita” porque antes de las cinco de la tarde entra a la escuela. Es alumno de sexto año del Nicolás Copérnico y piensa estudiar profesorado en educación especial, una vez que termine el secundario.
“La casa nos transmite buenos sentimientos, alegría y acompañamiento. Acá siento que tengo una vida plena”, remata.
En poco tiempo, la casa -y el trabajo dedicado de los profesionales- hizo que los chicos variaran su autopercepción. “Me imagino que cuando termine este proceso voy a ser independiente”, dice Guillermo. “Yo imaginaba que mi vida iba a ser una mierda, pero ahora veo un futuro”, concluyó.
PABLO SALAVAGIONE
Periodista
RSS